martes, 5 de agosto de 2014

Para ser buenos padres se necesita algo más que el intelecto.

    La mayoría de los padres quieren tratar a sus hijos de una manera justa, con paciencia y respeto. Saben que el mundo plantea a sus hijos numerosos desafíos, y quieren estar presentes para sus hijos, ofreciendo comprensión y prestando apoyo. Quieren enseñarles a manejar problemas con efectividad y a crear relaciones fuertes y saludables. 

    Pero existe una gran diferencia entre querer hacer lo correcto junto a sus hijos y realmente tener los medios para hacerlo.


    Esto ocurre porque para ser buenos padres se necesita algo más que el intelecto. Algo relacionado con una dimensión de la personalidad que ha sido ignorada en gran parte de los consejos brindados a los padres a lo largo de los últimos treinta años. Para ser buenos padres es necesaria la participación de la emoción.

   Este aprendizaje emocional funciona no solamente a través de las cosas que los padres dicen o hacen directamente a los hijos, sino también en los modelos que ofrecen para manejar sus propios sentimientos y los que surgen entre marido y mujer. "Algunos padres son docentes emocionales dotados, otros son atroces”.


   Los padres dedicados a la educación emocional pueden describirse como “cálidos” y “positivos” hacia sus hijos, y en efecto lo son. Pero por sí solo, el hecho de ser padres cálidos y positivos no resulta suficiente para enseñar inteligencia emocional. En realidad, es común que los padres sean afectuosos y atentos, pero incapaces de enfrentar con efectividad las emociones negativas de sus hijos.

      Entre los padres que no forman a sus hijos en el campo de la inteligencia emocional, se ha identificado varios tipos:



                                          TIPOS DE PADRES                 TIPOS DE HIJOS





El proceso  de padres formadores se desarrolla generalmente en cinco pasos. Los padres:

  1. Toman conciencia de la emoción de su hijo.
  2.  Reconocen la emoción como una oportunidad para la intimidad y la enseñanza.
3. Escuchan con empatía, convalidando los sentimientos del niño.
4. Ayudan al niño a encontrar las palabras para calificar la emoción que está sintiendo.
5. Fijan límites mientras exploran las estrategias para resolver el problema inmediato.

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